Por y para qué una cocina ética
Dec 02, 2024¿De dónde viene nuestra comida?
Para que la cocina vuelva a tomar su dimensión compleja y se nos revelen antes los ojos las numerosas implicaciones que puede llegar a tener el acto de comer -más allá de las que se reflejan en nuestro cuerpo y en nuestra salud-, es necesario quitar los ojos del platillo, sacar la mirada de los fogones, abatir las paredes de la cocina y empezar a mirar hacia el horizonte.
Preguntémonos: ¿de dónde viene nuestra comida?
Es comprensible que muchas personas no sepan cómo responder a esta pregunta, ya que la respuesta rara vez es obvia, lógica o fácil de encontrar. La falta de transparencia y evidencia complica el asunto: las etiquetas, cuando existen, suelen ser poco informativas o engañosas y rastrear el origen de los alimentos requiere habilidades de detective. En la actualidad, lo más común es engullir comida de la cual no sabemos nada .
En el caso –raro y excepcional– de que se busquen y se encuentren las respuestas, se desenmascara una realidad subyacente y desconocida, en ocasiones con tintes muy oscuros. Intuimos entonces, que estas respuestas se han mantenido deliberadamente ocultas de la mirada del consumidor. Los alimentos que el mundo globalizado consume, se han convertido en meros pretextos para generar dinero, obtener poder y ejercer control, desvinculándose por completo de su propósito original: nutrir. Desvinculándose, también, de su función ecosistémica como medio para sostener y perpetuar la vida.
Con un número más o menos elevado de eslabones de una cadena de producción que siempre es demasiado larga, podemos afirmar que nuestra comida viene del campo: de un lugar alejado, espacial y temporalmente, de la mayoría de los consumidores que viven –o mejor sobreviven– en aglomeraciones urbanas. Estos entornos rurales, centros de producción de nuestra comida, existen en el imaginario colectivo de los consumidores como lugares idílicos, granjas de ensueño: lugares donde siempre hay sol y las gotas de rocío se condensan sobre las hojas de kale –el nuevo superalimento de moda– en cada amanecer. Lugares donde las vacas mugen y las cabras balan amistosas, y donde hay un granjero bonachón (algo pasadito de peso como síntoma de su rebosante estado de salud), que se dirige silbando a realizar sus labores diarias.
La mercadotecnia ha hecho una gran obra maestra .
¿Qué pensarías si te dijera que aquella granja de ensueño repleta de vida, de animales, de bondades que ofrece la tierra, existe solo en el imaginario colectivo y en los empaques de los yogurcitos de leche ultra-pasteurizada y con mil químicos? ¿Qué pensarías si te dijera que una de las primeras causas de muerte entre los campesinos del Sur Global, aplastados por las deudas y devastados por la pérdida de sus tierras, es el suicidio? Y cuando no llegan a quitarse la vida mueren por envenenamiento por pesticidas (los mismos que, sin saberlo, nos tragamos nosotros).
En la realidad tus alimentos se producen en inmensas extensiones de tierras desoladas, inertes y silenciosas.
Déjame adivinar: preferíamos no saber de dónde vienen nuestros alimentos, porque desentrañar la compleja red y descubrir la feroz realidad que está detrás de la producción agropecuaria quiere decir, la mayoría de las veces, quedarse con un dolor punzante en el corazón y sin opciones para escoger.
¿Y ahora qué como?
Concordamos, entonces, en que existe la necesidad urgente de una revisión personal y colectiva de valores y motivaciones. Al tomar conciencia de la complejidad y perversión del sistema alimentario predominante, podemos concluir que vivimos bajo un sistema coercitivo, restrictivo y carente de ética en una de las acciones que realizamos con más frecuencia: comer. Todo esto en aras del progreso, donde la comodidad y la gula son presentadas como manifestaciones de libertad.
Un paradigma que nos enfrenta a una verdad incómoda es el que nos recuerda Raj Patel (1): hoy producimos más alimentos que en toda la historia, y sin embargo, más del 10% de la población (alrededor de 800 millones de personas) padece hambre, mientras que, paralelamente, mil millones de personas sufren de sobrepeso y malnutrición.
Al sacrificar los principios democráticos, de justicia social y de protección ambiental en favor de las leyes del mercado, hemos llevado al mundo al borde del precipicio. Un precipicio donde los alimentos son considerados mercancías y las cosechas huelen a agrodólares. Cueste lo que cueste.
El grave y paradójico problema de que existan, en el mismo sistema cerrado, “obesos y famélicos” puede entenderse mejor apuntando los reflectores de nuestra atención sobre el conflicto entre la seguridad alimentaria y la soberanía alimentaria (Gustavo Duch, 2). Este problema es tan crítico y arraigado –recordemos que la tierra fértil ha sido considerada el bien más preciado mucho antes que el petróleo– que resulta difícil encontrar una explicación lineal y sencilla sobre cómo llegamos a la situación tan extrema que sufrimos hoy día. En este escenario, buscar los nombres de los culpables puede ser agotador y tremendamente infructuoso. Además de caer en la habitual queja de que BigFood es el villano, ¿qué lograríamos realmente? No es que no sea justo señalar los culpables, pero mi mente pragmática sigue pensando que asignar nombres o caras específicas es una sutileza innecesaria. Este sistema de destrucción masiva del ambiente y de la salud debe ser rechazado en su totalidad.
Entonces, lo más productivo podría ser redirigir nuestra atención hacia nuestras responsabilidades. Así descubriremos que:
- Ninguno de nosotros tiene la conciencia limpia y, la mayoría de las veces, ni siquiera lo sospechamos. Sin embargo, tomar conciencia de nuestro papel en esta destrucción no debe dejarnos paralizados, porque:
- Desde nuestro insignificante y microscópico lugar en el mundo, podemos hacer algo.
Las injusticias de este sistema de producción tienen su razón de persistir en la ignorancia de los consumidores ¡nosotros! quienes financiamos los horrores de la alimentación globalizada: somos nosotros quienes proporcionamos los recursos económicos que sustentan este sistema de producción. La responsabilidad que tenemos como consumidores, deriva de que nuestras necesidades y caprichos condicionan el modo de vida del campo.
Son las ciudades, lugares de consumo pero no de producción, desde donde se dicta el destino del campo y de los campesinos.
Nuestra responsabilidad es investigar las realidades subyacentes. Irle preguntando al mundo lo que no te dice. Y luego comprometerse y entregarse: "cumplir con el deber propio de quien sabe requiere una gran audacia", como nos recuerda Federico Mayor Zaragoza (3).
Lo que sigue de este blog, va para los audaces:
La realidad no puede transformarse si no se la conoce profundamente. Ante la duda, más que legítima, de que es imposible conocer a fondo una realidad tan globalizada como la de nuestra alimentación, nos permitimos adoptar una actitud empática y amorosa: haremos lo mejor que podamos con la información disponible, concediéndonos siempre la libertad de redirigir el rumbo de nuestras decisiones, si fuera necesario.
Emprenderemos este camino con paso firme y constante, sin prisa pero sin pausa. A pesar del entorno, de la indolencia propia de cada uno y de la comodidad implícita en adoptar el statu quo, escogeremos siempre aquella senda incómoda de quienes avanzan lento pero con la conciencia tranquila. Sabemos bien que este ejercicio y entrenamiento ético será desafiante y doloroso, ya que desde un principio nos daremos cuenta de que casi todo lo que consumimos hoy está, de alguna manera, manchado por algún crimen, ya sea contra la humanidad o el medio ambiente.
Aun así, lo intentaremos, aunque no tengamos todas las respuestas, aunque no dispongamos de todas las soluciones y aunque no siempre conozcamos las opciones correctas. Este camino implica vivir, en muchas ocasiones, bajo el paradigma de elegir "el mal menor" basándonos en criterios que a veces pueden parecer arbitrarios. Implica hacer lo mejor que podamos con la información y los medios que tengamos.
En nuestra opinión, y con esto concluimos, implica también encontrar alguien que te acompañe, porque el trabajo es mucho y se necesitan muchas manos para ello. Así que te queremos invitar desde ahora a ser un participante activo en nuestras redes sociales y en este blog, y, si es de tu agrado, sumarte también a nuestro Newsletter. Estamos abriendo las puertas de esta linda y fértil comunidad.
¡Hasta pronto!
Renée Solari & Laura Agudelo
Notas al pie
(1) Patel, R. (2008). Obesos y famélicos. Globalización, hambre y negocios en el nuevo sistema alimentario mundial. Marea editorial.
(2) Duch, G. (2010). Lo que hay que tragar: minienciclopedia de política y alimentación. Los libros del lince.
(3) Prólogo de Duch, G. (2010). Ibid.
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