Soy ese recuerdo hecho carne
Dec 02, 2024Mi infancia
Me llamo Renée, y mi lugar favorito en el mundo son las colinas dulces de la campiña italiana de Emilia-Romagna, lugar donde nació mi mamá y sus 10 hermanos, donde vivió mi abuela hasta el último de sus días y donde recuerdo haber pasado los interminables días de verano bajo el sol achicharrante de la canícula de julio, acompañada por el sonido envolvente de las cigarras, el canto de los pájaros y el color dorado del heno.
Si me preguntan quién soy, soy ese recuerdo hecho carne. Creo que la Madre Tierra de ese pedacito de mundo generó en mi ser mamífero un imprintig tan profundo que hoy, después de cuatro décadas, puedo cerrar los ojos y sentir nuevamente el calor del sol en los párpados, el picor de la hierba seca bajo mis pies descalzos, y esa paz embriagadora de quien siente, desde lo más profundo de sus entrañas, el júbilo de la existencia. Hoy sé que siempre, vaya donde vaya, perseguiré ese recuerdo con la seguridad de que si tengo sol, tierra y animalitos cantando, estoy a salvo.
Si me preguntan quién soy, soy esa niña medio silvestre que pasaba sus vacaciones en total soledad, perdida entre los viñedos y la huerta de los abuelos donde se cultivaba melón, sandía y jitomates (de los más ricos que he probado en la vida), observando hormigas, atrapando grillos y dejando descansar la mirada en un horizonte lejano. Yo tenía una especial devoción por saber lo esencial de las cosas. Me tumbaba al suelo y miraba a mi alrededor: trigo y amapolas era todo lo que veía. Trigo y amapolas durante horas y horas, solo trigo y amapolas y cientos de insectos... la vida gozando de sí misma.
Al crepúsculo, cuando creía que el viejo gato blanco del pueblo empezaba a gritar mi nombre, regresaba a la casa para cenar, con un apetito voraz. Según lo que me contaba mi madre, los gatos cuando se hacen viejos aprenden a hablar. Hecho peculiar, pero que yo no cuestionaba en absoluto, y que incluso hoy en día, a mis 45 años, persiste arraigado en mí como una creencia inamovible.
Hoy, muchos años y dos hijas después, recorro en mi mente esos recuerdos y siento nuevamente cómo estos recuerdos me curan. Una vez más, esta sensación de sosiego me envuelve y frente a mis ojos se aclara una verdad que le da sentido a todo: soy parte y manifestación de la Naturaleza. El camino a la paz y felicidad, es el camino de vuelta hacia ella.
Mi juventud (la primera)
Movida por un profundo amor hacia la Tierra, decidí estudiar biología. Por primera vez, mi dedicación intelectual se reflejaba sin esfuerzo en mis calificaciones, confirmando que había elegido el camino correcto. Me gradué con mención honorífica, gracias a una tesis que me llevó al otro lado del mundo, a México, donde trabajé en un proyecto de estudios en Etnobotánica.
Pasé dos años viajando entre las comunidades indígenas de este maravilloso país, sola, sin casi hablar español, con un profundo respeto por esta tierra y los guardianes de su saber, y sobre todo con una fe inquebrantable de que todo iba a salir bien. Y ¿sabes que?: todo salió bien. Me enamoré de México; su magia me atrapó. Así fue como un proyecto de estudio que inicialmente iba a durar un par de años, se transformó en un proyecto de vida que ha perdurado 17 años... y aún continúa.
En 2009, aproximadamente, dejé la academia por amor a este país y por mis principios éticos. Fue un momento muy difícil y de profunda confusión, que quiero recordar como uno de los más reveladores de mi vida. Recuerdo claramente haber pasado por muchas crisis, recuerdo las noches sin dormir, los pensamientos en bucle y la profunda inseguridad que me acompañaba a cada instante. Estaba dejando la biología, el primer, único y gran amor de mi vida, para emprender un camino incierto, sin un horizonte definido, sin saber a dónde me llevaría ni cómo recorrerlo. Mis influencias carpicornianas junto con las de un típico escorpio me hacen propensa a navegar en aguas profundas con especial detenimiento y esmero, a pesar de lo brutal y destructivo que puede ser el proceso. Amé todas y cada una de las crisis que me llevaron a donde estoy ahora y amé haber decidido navegarlas en toda su magnitud y haber ido tan hondo como pude. Cuando atravesamos una crisis, el dolor y el placer se nos revelan en una proporción casi simétrica. Duele la muerte de nuestra antigua identidad, pero al mismo tiempo es placentero y renovador conocer una nueva y fresca versión de nosotros mismos.
(Regresar al análisis etimológico de la palabra “crisis” podría ofrecer algunas sugerencias interesantes para expresar mejor mi sentir en esos momentos. Sin embargo, no quiero desviarme de mi cuento justo ahora, así que dejaré para otra ocasión la reflexión sobre el poder revelador de cualquier proceso de crisis).
En medio de esas turbulencias llegó a mi vida Nina, mi primera hija, una persona de presencia elocuente y magnética, quien me mostró cuál era el nuevo camino a seguir.
Mi segunda juventud: la maduración
En un sorprendente acto psicomágico, que resultó ser un viaje inconsciente hacia la reconciliación con mi energía femenina, la figura de mi madre y mi propia maternidad, comencé a explorar el mundo de la cocina. Era el 2011 y yo empezaba a dar mis primeros e inciertos pasos en el arte culinario: estaba empezando de cero. Hasta entonces, lo único que me había atraído de la cocina era el placer de comer.
No era cocinera, carecía de formación oficial en el campo de la gastronomía y, honestamente, hasta ese momento, nunca había manifestado una afición o pasión por la cocina. Cuando cocinaba, me limitaba a preparar unos cuantos platos básicos para saciar el hambre.
De hecho, mi amor e interés por la cocina trascienden lo puramente gastronómico. Más allá del gusto, para mí la comida se convierte en un medio de exploración que nos permite plantear preguntas que trascienden la esfera culinaria y cuyas respuestas generan nuevos interrogantes, marcando así el ritmo de una búsqueda que parece no tener fin. Su naturaleza multidisciplinaria asegura que no haya persona que no se vea tocada y estimulada por este campo del saber. Lo que más valoro de este arte es el vínculo que crea entre las personas y su territorio, siendo el punto crucial de intersección de múltiples saberes.
Mi acercamiento a la práctica culinaria es profundamente visceral e intuitivo, enraizado en la experiencia vivencial y la experimentación personal.
Me sumergí en el mundo gastronómico rompiendo todas las convenciones, sin siquiera conocer las reglas básicas. En 2012 di inicio a mi primer proyecto: "Pápalo y Papalotl - cocina vegana y sustentable", un proyecto independiente de re-educación alimentaria para impulsar la difusión de una alimentación sana a través de cursos, talleres y pláticas. De allí que las cosas se me fueron de las manos y luego nació una linea de productos, un servicio de comida sobre encargo y hasta un restaurante, que cerró por allí del 2015, porque quién fue mi socio, decidió estafarme y de un día para el otro yo ya no tenía nada, ni el nombre de mi propio proyecto.
Pero ésta es otra historia y aunque es la primera vez que la menciono públicamente, creo que no es ni el momento ni el lugar adecuado para adentrarme en ella. El pasado ya pasó.
A pesar del cierre del restaurante y de la desaparición de mi marca, puedo afirmar con total convicción que el proyecto sigue vivo hoy en día, aunque bajo un nombre, aspecto y circunstancias completamente distintos.
Reflexionando sobre estos 13 años, me doy cuenta de cómo el nombre original de "Pápalo y Papalotl" ha moldeado la esencia y el rumbo de este proyecto con sus múltiples transformaciones. De manera similar a las mariposas (papalotl en náhuatl) en su ciclo vital -que al principio son orugas que realizan pequeños y numerosos cambios de piel para seguir creciendo-, este proyecto evolucionó en sus primeros años a través de pequeños y continuos cambios con diferentes alianzas, colaboraciones y una constante exploración de diferentes quehaceres. Luego, llegando la etapa de crisálida, sufrió una metamorfosis completa, dándole a la oruga un nuevo cuerpo y dos alas hermosas y aterciopeladas. Esta increíble transformación puede realizarse solamente lejos de la mirada de los demás, en total soledad y absoluto silencio. Al emerger de su capullo, la mariposa no se parece para nada a la oruga, si bien sigue siendo el mismo ser.
Así es como Cocina Ética nace de Pápalo y Papalotl, proyectos a simple vista diametralmente opuestos (desde el veganismo hasta una alimentación evolutiva basada en animales), pero ambos son el más puro y fiel reflejo de mi vida y de todas las metamorfosis necesarias para seguir mi camino de evolución personal.
La tercera juventud - saliendo del capullo
El 16 de octubre 2021, tomé la decisión de salirme de las redes sociales (en mis entrañas se estaba gestando, sin saberlo, mi última y gran metamorfosis). Estaba a unos días de parir(me) nuevamente y todo me estaba llevando hacia adentro. Imposible para cualquier persona en esta encarnación humana, estar en dos lugares a la vez: es decir, si estoy asomada a la ventana de las redes sociales, no puedo estar, al mismo tiempo, conectada conmigo y con la criatura que pronto iba a dar a luz. Las redes y lo social empezaron a estorbarme, se habían vuelto una molestia (sí, a las embarazadas nos molestan muchas cosas que el ser humano moderno considera normales).
Mi segundo parto y puerperio, además de hacerme sentir nuevamente como una madre primeriza, marcaron un punto de inflexión: el inicio de un camino sin retorno.
Con Vida, mi segunda bebé, una niña aguda, perspicaz y de naturaleza profundamente introvertida, comenzó una nueva etapa de mi vida. Este periodo, aunque difícil de definir con precisión por la falta de perspectiva, se caracteriza por sus tonos minimalistas.
Quité otra capa de la cebolla. Me desnudé un poco más. Aligeré la maleta. Dejé atrás lo innecesario y me quedé en los huesos, sin muchas palabras. No se si más feliz, pero seguramente más genuina. En esta autenticidad brutalmente honesta, tuve que reconocer ante mí misma que no tenía nada que decirle al mundo. Necesitaba maternar a mi criatura y, con estos cuidados, seguir maternándome a mi. El puerperio me pegó duro, y aunque ya han pasado varios días, ese recuerdo sigue presente en mi cuerpo y se siente como el cansancio que queda después de un buen llanto.
Soledad, tiempos pausados, apagar el ruido constante de las opiniones ajenas y de los consejos. Necesitaba esta invisibilidad de quien no existe en redes sociales, que me hace recordar que la vida es aquí y ahora, en un microscópico puntito del mundo; esta invisibilidad de quien no tiene que cumplir con las expectativas de nadie. Necesitaba seguir el mismo ritmo de vida que tenía a mis 5 años, cuando me tumbaba en el pasto a mirar el trigo y las amapolas durante horas.
Los apapachos vinieron en forma de caldos de huesos y bocados de placenta. Reconstruir mi cuerpo que sentía disociado y dividido en dos, al son del ghee y del sebo de res. El puerperio me supo a romero.
(Por cierto, si quieres aprender a hacer tu sebo de res, ya sea para cocinar o para el cuerpo, regístrate a la NEWSLETTER y te mando un regalito directamente a tu correo. Si sientes que el cuerpo te pide amor a más no poder, te invito a dárselo en forma de caldo de huesos, así como hice yo. Aquí te enseño cómo: CURSO CALDOS CURATIVOS)
Yo ya no sabía quién era, pero sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Y me dediqué a ello día y noche, noche y día, en un interminable sucederse de jornadas iguales. El tiempo no pasaba nunca, pero se me escurrieron tres años entre los dedos con la misma facilidad con la cual se me escurría la leche de las tetas.
Me perdí una infinidad de veces. Lo sufrí y lo disfruté enormemente.
“El que se pierde es el que encuentra las nuevas sendas”.
Nils Kjaer
Reasomándome por aquí
Aunque muchas veces me han llamado maestra, soy una aprendiz eterna, y es en calidad de aprendiz que estoy aquí. En este blog comparto mi voz, mi opinión NO solicitada y mi punto de vista. Reflexiones, pensamientos, uno que otro dato… lo mío lo mío por estos rumbos es pensar en voz alta. No pretendo tener la razón, ni intentar convencerte de alguna postura. Me interesa más el ejercicio de plantearnos preguntas diferentes y explorar juntas las posibles respuestas. Esta vez, lo quiero hacer acompañada y de la mano de una amiga, Laura.
En Lau encontré la cómplice perfecta, un alma hermosa que me hace sentir abrazada en cada conversación que tenemos. Ella es una de esas amigas capaces de estar presentes a pesar de la distancia, que se extrañan con nostalgia y afecto. Lau tiene el don, tan peculiar para mí, de añadir belleza allí donde recae su mirada. Juntas, vamos a compartir este proyecto desde el corazón y sin pretensiones, dirigido a aquellas personas que sientan un llamado fuerte hacia lo sagrado que representa el acto de nutrir y nutrirnos.
Si quieres conocer más de su vida, te invito a leer esta entrada del blog: "A fuego lento".
Con cariño,
Renée
Pronto dejaremos las redes sociales. Así que la única forma de estar en contacto es con tu correo
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